Margot Rot (Xixón, 1996) es graduada en Filosofía por la Universidad de Oviedo, tiene un máster en Teoría Crítica y de la Cultura en la Universidad Carlos III de Madrid y actualmente cursa estudios de doctorado en Filosofía, Ciencia y Valores en la Universidad del País Vasco. La joven escritora y filósofa asturiana participó en el Seminario de Ética y Filosofía Política de la Universidad de Oviedo para presentar su primer ensayo “Infoxicación. Identidad, afectos y memoria: o sobre la mutación tecnocultural” (Paidós, 2023).
¿De qué estamos hablando cuando hablamos de “infoxicación”?
A mí me gustaría que Infoxicación no se quedase en lo que significa el mero término, que es muy obvio y refiere a una sobrecarga informativa. La elección viene porque a mí me apetecía hacer algo un poco “marketiniano”, coger un término que impacte, que sea relativamente sencillo, que la gente se quede con él. Esto pensando en las posibilidades de la filosofía o del ensayo dentro del mercado editorial y de nuestro propio tiempo. Quizá el título podría haber sido otro, pero yo quería que parezca que va a ser un ensayo crítico, incluso tecnófobo y que luego esté la sorpresa de que realmente soy muy optimista y hago una gran defensa positiva de lo que es la virtualidad.
Quizá el planteamiento era excesivamente ambicioso, quería abarcar con un término muy pequeño un sistema económico, social y afectivo. He intentado que Infoxicación explique todas esas cosas que están pasando y de ahí que el ensayo tenga esa estructura variada y un poco caótica: de repente te está hablando del teatro de Angélica Liddell y de lo monstruoso o de mi experiencia y mi interfaz personal de YouTube…
Frente a la idea establecida que traza una jerarquía entre el mundo real y el mundo virtual, colocando al segundo en un nivel de importancia inferior, planteas, en cambio, que la actividad online es por lo menos tan real como la offline.
A lo mejor es una batalla perdida ya desde el inicio, porque el lenguaje muchas veces va por delante de nuestros pensamientos. Yo pensaba que era una distinción que no iba a estar operativa ya cuando se publica el libro a finales de 2023. Cuando empiezo a investigar este tema, en 2019, una de mis grandes obsesiones y uno de los planteamientos más importantes para mí era este, el de insistir de todas las maneras posibles, argumentales, teóricas y filosóficas, desde todos los puntos de vista, en que internet es un espacio real. Su materialidad tiene un impacto en nuestra realidad. Quién yo soy, aunque sea con otro nombre, en la virtualidad tiene un impacto real en mi psique y tiene un impacto real en las vidas de los otros. No es un teatrillo en el que después no hay ninguna consecuencia, aunque los parámetros ficcionales a los que acostumbramos y que pueden operar en otras áreas como la literatura también funcionen ahí.
Hay un problema, para mi gusto grave, cuando no se contempla que efectivamente la virtualidad es otra forma de realidad, una espacio-temporalidad que se sucede superpuesta y paralela. Para mí son líneas superpuestas y paralelas, la offline y la online. Hay entrecruzamientos entre ellas. Son espacios relativamente parecidos en los que puedes intervenir, por cuestiones temporales, de maneras distintas. Internet te da una meditación que lo offline no te da. Siempre pongo este ejemplo: yo cuando estoy aquí [en la realidad offline] no puedo evitar tartamudear, no puedo evitar que mi cuerpo diga mientras yo digo e incluso que a veces diga más. Sin embargo en Internet puedo tener un poco más de control sobre eso.
“Internet te da una meditación que lo offline no te da”
La tesis que planteo es radical. Creo que es importante poner de manifiesto en la conversación pública que Internet es real, porque te responsabilizas de quién eres. Esto tiene una parte aburrida, tremendamente aburrida, que es que cercenas un montón de posibilidades creativas que a mucha gente le vienen bien, como a mí me pudo venir bien la posibilidad de ponerme otro nombre y de no ser quien era afuera. Es muy importante que haya una autoconciencia de lo que se está haciendo. El problema es cuando lo desdeñas como si no fuese real y entonces no te haces responsable de las consecuencias que tiene para ti, cuando no le das a la virtualidad el lugar tan importante que tiene, dado el tiempo que nos pasamos en ella. Eso nos está generando problemas. Un primer paso, pequeño pero importante, quizá sea concebirlo como una realidad, como la realidad que es y en la que estamos.
Una vez le leí (creo que) a Žižek, la idea de que nuestras identidades virtuales son más auténticas, por ser más cercanas a quienes deseamos ser realmente, que nuestras identidades en el mundo “real”, donde la identidad que se tiene casi siempre está lejos de la identidad que se desea.
Absolutamente. A mí eso también me obsesiona mucho. Te puedes encontrar en una conversación donde la gente te dice que la forma de ser de la gente en redes no tiene una correspondencia porque luego la persona que más parece que tiene un desparpajo increíble en stories, en la “vida real” es muy … y la gente se siente decepcionada, como si la estuviesen engañando, en vez de tener la generosidad y la sensibilidad –y esto es muy complejo pero creo que podemos hacerlo– de ver que este tipo de expresiones con las que luego no vemos una correspondencia identitaria en ambas esferas responden a un deseo, a una proyección.
Otra de las cosas que me interesan mucho de este asunto es que hasta antes de la posibilidad de manufacturar tu identidad y de concebirla como un objeto creativo y casi artístico, en la medida en que otro te está observando y te haces para un público, te embelleces para los demás, esto lo habíamos visto en disciplina artísticas: en la literatura, en la música cuando los grupos se crean toda esa identidad y esa forma de vivir… Lo habíamos visto en otras disciplinas que tenían que ver con las artes y de repente Internet te cataliza esta forma creativa de concebir tu vida y tu identidad sin la necesidad de que haya una obra artística tal y como la comprendíamos. Además me parece muy importante encontrar siempre el aparato a través del que distanciarte para proyectarte, desearte, imaginarte y ponerte creativo, que va desde desde la ropa que eliges una mañana para salir a la calle hasta la novela que estás proyectando escribir, hasta el estilo del grupo que tienes con tus amigos. Hay muchas dimensiones en las que esto sucede. Internet es una y esto me interesa muchísimo, Me parecería muy injusto resignarme a pensar que todas estas manifestaciones creativas de lo que uno desea ser son irreales. Me parecería injusto y desacertado.
¿Por qué te interesa tanto y te parece tan importante la cuestión del deseo y de las emociones en relación con Internet y las redes sociales?
La verdad es que esto me obsesiona un montón. Para mí el autor que más luz ha dado a este tipo de ideas ha sido Mark Fisher, a través de quien yo he entendido la complejísima y múltiple relación que hay entre nuestro deseo y el sistema económico. Esto puede ir desde el análisis de lo que yo me compro en el Stradivarius y la campaña publicitaria que me van a vender sobre lifestyle y todos los sueños, anhelos y proyecciones que están operando ahí para que me compre una camiseta o unos pendientes… He dicho Stradivarius pero podría ser cualquier tienda que te vende al final no una camiseta sino todo el dispositivo vital que la acompaña y quién eres tú cuando llevas esa camiseta. Luego otro tema complicado es cómo ser crítico con todos estos dispositivos, con todas estas ventas, cuando realmente vuelven más amable tu cotidianidad. Estaba pensando en el skincare porque es una cosa que está profundamente adherida a nosotros. Para mí en todas estas cuestiones tan cotidianas, como puede ser ver el vídeo de alguien que te cae bien y acabar comprándote la crema que recomienda o que hacerte un skincare de quince pasos te haga amable tu día a día, para mí ahí está operando el deseo y el sistema económico, tus proyecciones vitales y tus anhelos más íntimos.
Hemos hablado mucho de identidad, no sólo a nivel filosófico, político, en nuestras casas, en todas partes, sino que hemos conseguido muchas cosas importantísimas en muy poco tiempo para que muchas personas puedan tener vidas más amplias y más felices. Eso es maravilloso y haberlo visto es increíble. Hemos pensado mucho en la identidad, en cómo se construye y en cuáles son todas las variables que intervienen y que hacen que yo sea una mujer profundamente femenina, que ha venido hoy aquí con una falda… Somos conscientes de qué es lo que ha hecho que estemos aquí sentados y seamos tal como somos en estos aspectos. Para mí después de esta batalla, que ha sido increíble, muy importante y que ha salido bien, aunque quedan muchas cosas por hacer, pero soy muy optimista y pienso que va muy bien, para mí, cuando pensamos en el sistema y en lo difícil que es oponerse al capitalismo, la última vértebra de esta conversación que hemos tenido los posmodernos es el deseo.
También hay una construcción cultural en el deseo y sin embargo no parece tan fácil deshacerse del deseo, no parece tan fácil comprender por qué deseamos lo que deseamos. Aquí intervienen además muchas cuestiones psíquicas. Yo soy una amante del psicoanálisis y de Lacan, aunque sea un tema controvertido en nuestra formación filosófica. Ahora estoy trabajando estos temas y por eso me obsesiona el deseo, porque pienso que no se le puede hacer frente al deseo solo con voluntad, de hecho creo que la voluntad no es precisamente aquello que lograría desarticular lo que deseamos. A veces lo que deseamos nos hace bien en nuestra cotidianidad, porque quince pasos de skincare te hacen la vida más amable, pero pueden surgir otros planteamientos que no sean tan amables y que de repente tu vida se vea abocada a una serie de deseos de los que no eres consciente y que te los trae lo que estás viendo en Internet, en parte porque tú tienes esa disposición a cierto contenido que buscas y en parte porque la máquina te devuelve ese contenido y mil asociaciones de ese contenido multiplicado.
Ha quedado claro que Infoxicación está lejos de ser un libro tecnófobo o que tenga una mirada patologizante sobre Internet o las redes sociales. Sin embargo, en el libro describes una serie de afectos negativos (apatía, indiferencia, comportamientos compulsivos) que, si bien no estarían desencadenados única y exclusivamente por estas nuevas tecnologías, sí que guardarían al menos una cierta relación con ellas.
La parte positiva que yo veo de internet es muy modesta. Las cosas positivas que veo de la red tienen que ver con cosas muy modestas, como encontrar a gente con la que puedas hablar de cosas que te interesan, encontrar espacios en los que puedas desearte, proyectarte, desarrollar tu faceta de fotógrafo analógico… whatever. Tienen que ver con cosas puramente cotidianas que creo que están bien. El ensayo tiene la vocación de ser crítico con todo esto que nos pasa, obviamente, pero no me gustan nada estos discursos de que hay que desconectar de todo. El tema de la atención, por ejemplo, no me convence. Yo no pienso que nos estén robando la atención. Para mí es importante no tener una perspectiva tan negativa, violenta o crítica tanto con el sujeto que está en esta situación como con el sistema. Soy un poco pragmática en ese sentido, para bien o para mal.
Muchas veces tenemos muchas ganas de que nos digan que las cosas van fatal y gozamos mucho con esto de que todo el mundo está con el móvil, nadie presta atención, los chavales ya solo ven vídeos de un minuto… y todo fatal. Yo no sé si está todo fatal, no me atrevo a ir por ahí. Desde luego las cosas son distintas, la atención es distinta y quizá es cierto que es más breve. Los colegios, los profesores y el sistema educativo en general tendrá que encontrar las herramientas para que la chavalería no deje de descubrir que la literatura es maravillosa y que te puedes pasar también tres horas contigo mismo en silencio. Para mí es importante no ser muy negativa ni muy injusta con esto porque creo que no lleva a ninguna parte. Si somos un poco más benevolentes, nos damos más permiso para equivocarnos. Cuando me digo a mí misma “madre mía, te has pasado 12 horas con el móvil” me castigo un montón pero luego nada cambia. Sin embargo, si soy ciertamente permisiva e intento comprender cómo funciona el mundo en el que estoy, intento entender que llevo con un móvil desde que tengo 9 años, intento comprender todo de manera contextual, puedo intervenir en lo que me está pasando y cambiarlo. Así me siento menos violentada porque no me he dado doce latigazos a mí misma por haber nacido en un mundo en el que existe Instagram y puedo intentar hacerlo un poco mejor. Me parece peligroso el discurso de que nos están robando la atención. La atención ha cambiado y tendremos que entender cómo ha cambiado.
El libro tiene una parte de carácter más político. En ella relacionas la cuestión de los afectos en el mundo digital (apatía, indiferencia, agotamiento), con una cierta dificultad o incluso incapacidad para el compromiso político. Nos cuesta actuar, no porque no sepamos lo que pasa, sino más bien porque el exceso de información y de acontecimientos nos abruma.
Si hay algún planteamiento central, además de todos los adyacentes que hemos comentado, es este. Lo que me mantiene a día de hoy unida a la academia es este asunto de la indiferencia epistémica. Me maravilló descubrir la “injusticia epistémica”, ese concepto increíble de Miranda Fricker que está relacionado con el lenguaje, con lo que sabes y con las posibilidades que tienes de saber. La gente lleva años diciendo que no ve el telediario, aunque luego lo vea, pero este rechazo a las cosas malas que pasan lleva años ahí. A mí me parecía que eso era una forma de injusticia. La pregunta no es tanto sobre si me importan las cosas que pasan, porque la respuesta ahí está bastante clara para todos. La siguiente pregunta es más complicada todavía, pero quizá sea más acertada: ¿me pueden importar las cosas que pasan? ¿Mi sistema afectivo es capaz de integrar todos los fenómenos que suceden a mi alrededor, más aún cuando estos son tremendos y catastróficos?
“Tenemos muchas ganas de que nos digan que todo va fatal”
Aquí el móvil tiene un papel absolutamente central, el dispositivo que llevas en tu bolsillo y te conecta constantemente a información de carácter tremendo, información-horror. Este contacto permanente puede generar, y yo siento que es lo que sucede, una saturación de la que no tengo muy claro que seamos plenamente conscientes. Esto viene al hilo de lo que comentabas sobre la apatía. Yo no digo, porque me parecería aventurado e irresponsable, que la infoxicación conduzca a la apatía, que es algo que a la gente le encanta decirme. Tenemos muchas ganas de que nos digan que todo va fatal y que estamos súper deprimidos… No es que la infoxicación te conduzca a la apatía, es que la infoxicación te conduce a la frustración. A lo mejor es un matiz absurdo pero para mí es importante. Cuando estás inmerso en un sistema de información o rodeado de noticias de horror, obviamente yo no pienso que la gente sea maquiavélica y no se pregunte: “¿qué puedo hacer yo por esto?”. Estoy segura de que hay mucha gente que dedica una parte de su sufrimiento a lo que está pasando ahora mismo en Gaza.
Mientras leía estas reflexiones en el libro se me venía a la cabeza constantemente el ejemplo del horror más absoluto que nos llega cada día desde Gaza.
El ejemplo es increíblemente intenso y trágico. No pienso que las personas digan que esto les da igual, no concibo la indiferencia a la que estamos sujetos como el resultado de una decisión voluntaria, sino como el resultado de una frustración que llevamos mucho tiempo soportando, porque llevamos mucho tiempo en un sistema informacional de horror muy intenso en el que no hemos encontrado, y quizá nunca haya habido, manera de intervenir. Esta frustración prolongada en el tiempo es lo que te puede llevar a la apatía, a la indiferencia. Esto le pasa mucho a la gente mayor, el problema es que nos pase a nosotros que somos jóvenes. Cuando te encuentras a alguien de 80 años que te dice “uf, el mundo fatal, los políticos son todos iguales”… es un discurso de persona muy mayor que ha sufrido mucho y que quizás no ha tenido la manera de intervenir políticamente. Pero que gente de 16 años, o nosotros de 30, tengamos ya este hartazgo y esta desvinculación propia de edades últimas de la vida es curioso. Me resisto a pensar que es algo que elegimos, sino que me interesa entenderlo como una circunstancia ambiental y sistémica, porque creo que es la única manera de intervenirlo sin darnos doce latigazos para luego gozar en ese “el mundo está fatal” y no hacer nada. A todo esto hay que sumarle que nuestras vidas son muy complicadas, levantarse cada día sabiendo que la carrera que te apasiona no tiene vistas laborales o que tienes una situación familiar complicada porque la situación laboral de tu familia también es complicada…